La Creación del Hombre (cuento popular)
Cuenta la historia que al inicio de los tiempos, al terminar la creación del mundo y de las cosas, los dioses reunidos en asamblea deliberaron cómo harían al ser más perfecto, al que entregarían el fruto de su esfuerzo: el Hombre. Todos estaban de acuerdo en que tenía que ser un ser portentoso y sublime, hecho a su imagen y semejanza, pero cayeron en la cuenta que de ser así no sería criatura sino que sería como ellos, un dios. Decidieron pues esconderle aquello más preciado, la Felicidad, sin la cual sería incompleto y desdichado.
Discutieron entonces con esmero dónde la esconderían para que no fuese capaz de encontrarla. El primero en hablar dijo con aire pensativo: “Podríamos esconderla en la selva más impenetrable, custodiada por los animales más fieros”. Pero otro le contradijo, diciendo: “Si es tan valiente y fuerte como nosotros será capaz de atravesar la selva más impenetrable y enfrentarse a las bestias más feroces y temibles, y acabará encontrándola. Mejor lugar será la montaña más escarpada, la más imponente, la más alta. Ahí ninguno podrá llegar”. No obstante, acto seguido el tercero le reprochó: “Si es tan valiente y fuerte como nosotros, igualmente podrá subir a la montaña más alta, por más escarpada e imponente que sea. Tenemos que esconderla más arriba, entre las nubes del cielo, para que ni el hombre más alto, subido a la montaña más alta, pueda alcanzarla”. “Tampoco es buen lugar –observó el cuarto-. Si es tan inteligente como nosotros podrá crear artilugios que le permitan volar hasta el cielo, y tarde o temprano la hallará. Hmm… Por la misma razón, el océano más profundo tampoco sería un buen lugar, puesto que encontraría los medios para sumergirse hasta el fondo”. “Es realmente una cuestión difícil...”, sentenció el primero, y todos se quedaron sin saber qué decir.
Entonces el quinto dios, que había permanecido en silencio y escuchaba atentamente, se expresó diciendo: “Ciertamente, es una cuestión difícil. Como el Hombre será tan audaz, fuerte y hábil como nosotros no le costará mucho encontrar la felicidad en la selva más inexpugnable, en la montaña más alta, en el océano más profundo, ni siquiera en el cielo". “Bah, eso ya lo sabemos –le interrumpió el segundo, a lo que añadió burlonamente- ¿No se te ocurre nada mejor?”. Pero, tomando de nuevo la palabra con paciencia, le dijo el cuarto dios: “Si. Hay un lugar en el que aún no habéis pensado. Un lugar en el que ni los más intrépidos, ni los más portentosos, ni los más brillantes podrán acceder, sino sólo los que sean nobles y dignos de ella: dentro de sí mismos”. “Si… Es cierto… Dentro de sí mismos, ¡que buena idea!” dijeron los otros tres dioses, a la vez sorprendidos y admirados, expresando su conformidad con tan acertada idea.
Y así lo hicieron, y así fue y así ha sido durante tanto y tanto tiempo, en que el Hombre ha buscado la Felicidad sin encontrarla por todos los lugares del mundo, empleando su ingenio y coraje y, sin embargo, sin darse cuenta que la llevaba siempre con él.
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